viernes, 29 de agosto de 2014



Tu historia es tu historia. Está tan adherida a ti como los imanes más fuertes que puedan existir. Algunos viven con su historia cargada a la espalda, como si se tratara de una mochila pegada a ellos llena de piedras grandes y frías en un sendero constante  y lento. Deben soportar su carga y aunque puedan dejarla cada 4 horas en el margen del camino para descansar, siempre deben recogerla y proseguir. 

Otros apenas son conscientes de la propia existencia de su historia. Simplemente despiertan cada día y saben lo que tienen que hacer; recorrer los mismos lugares de aquí para allá, con las manillas del reloj dirigiendo los pasos que deben tomar al final de la calle. Puede que las historias de cada uno, al fin y al cabo sean como fantasmas que no siempre saben despertar. O quizás no hayan encontrado a nadie a quien con quien compartir el lastre y por eso nunca terminan de descansar al completo.

Pero luego están las personas más especiales, aquellas que no dicen “esta es mi historia”, aquellas que no buscan a nadie a quien relatar todo cuanto recogieron por el camino. Este tipo de personas son las que menos abundan y cuyos relatos contienen infinidad de trayectos y cambios bruscos de dirección. En eso consiste todo, supongo, en crear capítulos cada día. No se deben deshacer los apuntes tomados, está permitido incluso copiar si a partir de eso vas a aprender, vas a coger el trampolín y saltar tres veces más alto que la noche anterior. Las historias no se destruyen, y es científicamente imposible que se evaporen, y al no evaporarse no pueden, por lo tanto, ser sacrificadas. Las historias pueden ser lo más valioso del mundo si saben conservarse de principio a fin, o al menos desde un punto medio hasta ahora. Hay gente que no recuerda su origen y no por eso su historia es menos valiosa e interesante que la de aquel que recuerda cómo su bolsa intrauterina se rompió para darle paso a la vida exterior.

Tu historia es el marco de fotos de tu vida, tus primeros pasos, es tu esqueleto, es cada beso que has dado, es tu familia o tus amigos, o ambos, es tu locura y tu cordura, tu sueño, la luz que desprendes, las ganas de afrontar huracanes, tsunamis, tormentas de arena, diluvios universales; así como todo a lo que has sobrevivido. Tu historia es crecer, es no terminar de aprender. ¿Te das cuenta? Tu historia eres tú mismo y no existe nada más maravilloso que despertarse por la mañana y, sin siquiera darte cuenta, sobrevivir a miles de huracanes más con una jodida sonrisa en la boca.

Tu historia es tu historia y no dejes que nadie te la arrebate.


martes, 12 de agosto de 2014



“Ah, la vida es una mierda.

Mi acudiente, muy amablemente, me llevó al aeropuerto. Nos despedimos con un abrazo y mientras se lo daba me di cuenta de que mi cariño por ella era tan grande como mi lástima.
                Mis padres me estaban esperando con una sorpresa: no volvería al internado. Ahora iba a estudiar en un colegio seglar, pequeño, mixto, que quedaba en las afueras. Un colegio moderno, con innovaciones pedagógicas. Adiviné lo que eso quería decir: para alumnos problemáticos, me pareció una magnífica noticia.

                Mis hermanos, que habían crecido varios centímetros, me miraron como a una extraña, aunque trataron de disimularlo. Lo comprendí hasta cierto punto cuando entré a mi cuarto y en el espejo de cuerpo entero me vi desnuda por primera vez en un año: era yo, claro. Pero, cómo negarlo, era otra”.
En una calle en la que las casas estaban medio derruidas, entre gente que no conocía en una ciudad que no pisaba desde hacía, por lo menos, diez años. Mojada de pies a la cabeza, con la esperanza hecha añicos por esos golpes que te da la vida, probablemente previsibles pero inevitablemente dolorosos. Yo, además, siempre he sido partidaria de hacer caso a los consejos después de darme el golpe contra la piedra.

En uno de esos momentos en los que el corazón se te está haciendo tan grande que te aprisiona por dentro (o tan pequeño que parece que no corre sangre en las venas) y sientes lo mismo que si te agarraran del cuello con fuerza y no te dejaran respirar hasta que no se derrama la primera lágrima. Supongo que no soy la primera, ni la última que pasará por ello. Tampoco sé qué tipo de consejo dar para sobrellevarlo más suavemente, porque, como ya he dicho, los consejos no son lo mío. Quizás en otra vida.

Yo siempre he preferido la escuela de “primero lo hago, luego reflexiono” y es que hay ciertas cosas que se deben experimentar en primera persona para luego saber elegir. Yo no sé si tú fuiste experiencia que había que vivir para luego decirte que no o la reflexión la hice  después de sacarme de dudas.

Ese mismo día, cuando tus ojos consiguieron delimitar todo tu alrededor excepto mi figura, creí de verdad haberme vuelto invisible. Dudé de mi propia existencia. De la sangre que ardía, de la sal de mis ojos, de mi propio espíritu. Creí haberme vuelto fantasma hasta que alguien colocó un soporte, no sabría cómo definirlo para que quien esté leyendo estas líneas entendiera cómo me sentí yo. Fue algo que me protegió suavemente de las garras de lo oscuro que es el olvido. Podría decirse que alguien que no podía estar allí en ese momento me envió un ángel de la guarda terrenal para que éste hiciera su trabajo, llevara a cabo una misión. Lejos de milagros y teologismos apareció ese alguien que me salvó y que hizo sentirme inmensamente afortunada.




Me declaro perdidamente agradecida de aquel desconocido que ese día consiguió hacerme más visible que las mil personas que se arremolinaron en ese rincón del mundo.

lunes, 4 de agosto de 2014


NECESITO QUE ME HABLES DE LUNARES

Necesito que me hables de lunares.
Los lunares me gustan y me inspiran
y por eso quiero escribir sobre ellos (me recuerdan a las estrellas).
Sin embargo, no existe ninguno que roce los labios, ninguno que asome por el tobillo,
ni siquiera ninguno entre costilla y costilla. Quizás por eso cuesta tanto hablar de ellos.
Incluso he pintado algunos en mi cuaderno,
de diferentes tamaños.
Todos desperdigados, para hacerlos más reales y así dejar que el boli termine su trabajo.

No sé qué ha ocurrido esta mañana, pero todos los lunares que un día afloraron en mi piel, se han marchado, y otros se han mudado a otro lugar, traviesos.