"[...]A la gente no la mata un dragón bermejo con siete cabezas, diez cuernos y en cada cabeza siete diademas. La gente se mata dándole a enviar a un “estoy llegando” a 140 kilómetros por hora en la carretera de La Coruña.
No conozco a nadie que se haya muerto porque el Cordero abrió el primero de los siete sellos y oyó al primero de los cuatro animales decir con voz de trueno “ven y verás”. En cambio, ¿cuántos peatones han sido arrollados por vehículos largos dejando a sus amantes como últimas palabras una caca que sonríe? ¿Cuánto montañero distraído buscando 3G con el móvil en alto, el sol en la cara y los ojos donde no debía, ha acabado despeñado por no poder esperar a enviar una foto del amanecer? Pero lo más importante, ¿cuántas relaciones han dejado de prosperar y niños han dejado de nacer por esos tíos que abusan de los emoticonos?
Desconocemos los datos, pero intuimos que son unas cifras escalofriantes, unas cifras que incrementan cada año. Con cada nuevo usuario, nuevas víctimas. Unas cifras que podrían estar anticipando la extinción de la especie porque, como los buenos virus, whatsapp tiene una característica que lo hace extremadamente contagioso: los mensajes son gratis.
¡Mejora eso, plaga de langostas! En whatsapp tú te lías a hablar y eso no tira de tarjeta. Tú escribes y escribes y no pierdes nada.
Pones espacios, y espacios, y espacios.
Otro espacio.
Puntos suspensivos.
…
[...]
Como decía al principio, el whatsapp marca el fin de la especie. Pone de manifiesto lo peor de nosotros. Descubrimos que las personas se reúnen con otras personas para ignorarlas mientras hablan con otras, que tenemos tan claro que lo vamos a hacer mal que nos justificamos nada más presentarnos (“no me funciona whatsapp”), que no confiamos los unos en los otros. Whatsapp aviva la llama de la desconfianza. “¿Por qué no me contestas? Pone que lo has leído”. Jura cuanto quieras, ese teléfono que lleva con él la mitad de tiempo que tú, que se lo regalaste tú, de hecho, tiene mucho más credibilidad. Las personas confían en cualquier cosas antes que en otra persona. ¿Por qué? Porque se conocen. Sabemos cómo somos.
Whatsapp es el origen del fin. Whatsapp nos hace querernos menos y tropezar más. Whatsapp convierte las comidas entre amigos en un locutorio.
¿Mi consejo? Perpetuad la especie, volved al SMS o, mejor aún, al correo ordinario."
Y es que a Rodrigo Taramona cualquiera le replica ahora mismo. Tiene más razón que un santo. El nuevo invento para mantenernos distraídos, quietos como estatuas (exceptuando las manos y sobre todo el dedo pulgar) en bares, salas de espera, asientos de metro... etc, nos hace dependientes de un objeto con el que nuestros padres no nacieron bajo el brazo, y ahí los tienes, más desestresados que nosotros ya que no se preocupan por la mierda de invento del doble check o la "ultima hora de conexión", que ha acabado con tantas relaciones. Pensad en el número de personas que salen a la calle y pasan más tiempo recorriéndola con los ojos delante de la pantalla que en el semáforo en verde que ya parpadea para convertirse en rojo. Pensad en las conversaciones con vuestra abuela mientras os preparaba la comida de los domingos y que ahora quedan en un beso en la mejilla y en un: "bueno me voy al sofá con el móvil" o ni siquiera eso. Pensad en todo el tiempo que malgastamos escribiendo: ¿dónde estás? cada dos minutos cuando vemos que alguien se retrasa. Pensad en todo ello, en todo ese tiempo que se acumula, ese tiempo perdido que podríamos reciclar y aprovecharlo para leer un libro, hablar con tu tía...o yo qué se! Para hacer cosas que te apasionan o para descubrir esas cualidades en el deporte que antes desconocías.
Yo me propongo curarme de la toxicidad del Whatsapp, espero que quien haya leído todo esto, también.
- Si queréis leer el texto completo: http://blogs.glamour.es/nacho-lopez-rodrigo-taramona/apocalipsis-whatsapp-2/