lunes, 26 de mayo de 2014

Querida yo a los 40



Nunca pensé que todas las conspiraciones fueran a cumplirse. Te has convertido en escritora. Por fin. Siempre dijiste que a pesar de pasarte las noches enteras bajo la luz del flexo, no te considerabas artista. No antes de escribir un libro.
También te has desenredado de los males que vivían por los rincones de tu cuarto, incrustados al yeso como humedades de invierno, como la resina se incrusta al otoño. Recuerdo cómo por las noches se trenzaban esos males negros por el pelo y con un poco de suerte te provocaban insomnios interminables y llenos de oscuridad. Por eso por el día seguías viéndolo todo negro.  
Y ahora te veo desde el palco del teatro. ¡Cómo has cambiado! Tienes el pelo corto, cantas mientras deambulas por la ciudad y, sin embargo, hay algo que no has querido abandonar. Sigues besando al mismo hombre, pero no por haber compartido los mismos amaneceres desde que acompañabas la pizza siempre con cerveza, desde los dieciocho, sino que tu vida ha girado tantas veces como el pomo de la puerta de su casa. Esa puerta que, como símbolo limítrofe de ambas vidas, tomó más decisiones que los dos sobre el colchón.
Ya no llevas pulseras, siempre le dices a Adriana, la pequeña Adriana, que no te dejan respirar. No te dejan respirar porque te atan las ideas que salen de la pluma cuando quieres escribir tus historias en el papel.
Ahora me gusta más mirarte, vas dando un rastro de destello que te empuja hacia delante, huyes de prejuicios. Y no es que antes no me gustaras, sino que has evolucionado, y me encanta todo lo que has conseguido ser. Ya no buscas por donde antes encontrabas y ya no caminas hacia un destino prefijado. Vistes otra ciudad. Y por cierto, adoro esas patas de gallo a cada extremo exterior de tus achinados ojos. ¿Sabes lo mejor de todo? Son marcas de la vida, cicatrices de cada sonrisa, cada carcajada que expulsaste con fuerza.
Todavía no te conozco y ya te echo de menos. Sólo deseo conocerte, mi querida yo a los 40.